Antes de completar esta frase indicando las cualidades que, en mi opinión, un buen profesor debería poseer y los defectos que, en cambio, debería corregir, quiero contar un poco mi experiencia como estudiante, para que se entienda mejor lo que me ha llevado a esta idea o ideal de profesor.
Cuando era pequeña e iba al colegio tenía un maestro, Mario, que enseñaba historia y geografía; una persona muy estimada por la gente de mi ciudad y también por todo el instituto. Era muy competente, preparado y culto, pero demasiado severo, tanto que infundía temor en nosotros alumnos, niños y niñas de 7 años.
Recuerdo sus “tremendos” castigos que destinaba a algunos de mis compañeros que nunca hacían los deberes y que siempre estaban en las nubes: escribir diez veces en la pizarra “Soy un burro” o arrodillarse en un rincón del aula. Con respecto a mí siempre fue agradable, abierto y comprensivo, pero su rigor me atemorizaba y yo no lograba abrirme y participar activamente a las clases.
Por el contrario, recuerdo con mucho cariño a Giusy, la maestra de matemáticas, que tenía una extraordinaria capacidad de encantar a todo el mundo con sus divertidas clases, llenas de números ¡claro! pero también de alegría y juegos.
De todas maneras, el verdadero amor, que luego me llevará a obtener mi licenciadura, nació algunos años más tarde, cuando yo iba al Liceo y estudiaba inglés como lengua extranjera. Mi profesora, Assunta, organizaba clases tanto de lengua como de literatura y nos hacía participar creando ocasiones de reflexión y de discusión. A través de los poemas de Blake, de las obras teatrales de Shakespeare, de los cuentos y de las novelas de Dickens nos enseñaba a hablar sobre un tema, a presentar nuestra opinión, a comparar los distintos usos de la lengua y, en definitiva a utilizarla.
Otra profesora que ha dejado una huella profunda en mí fue Lourdes, mi primera profesora de español. Desde su primera clase ya sabía yo lo que quería hacer en la vida: parecerme a ella, desde un punto de vista profesional ¡claro!
Lourdes tenía competencia académica, cultura, capacidad de comunicar y de observar, sabía escuchar y comprender las dudas o las dificultades de sus alumnos, era exigente y puntillosa. Sus clases nunca resultaban aburridas, y esto por su creatividad y su capacidad arrolladora.
Para concluir, puedo decir que todas estas experiencias han sido determinantes para mi formación, y han dejado en mí una precisa idea de lo que significa ser un buen profesor.
Entonces, vamos a completar el título sustituyendo los puntos suspensivos con cualidades y defectos:
Un buen profesor debería ser competente y culto, tener motivación y pasión, comunicar captando la atención de sus alumnos, saber entretener, saber escuchar, tener creatividad y dinamismo, ser paciente, preciso y organizado, tener autocrítica.
Un buen profesor no debería carecer de pasión y motivación, ser presuntuoso, ser aburrido, ser demasiado severo.