Si tuviera que definir el
concepto de evaluación con respecto
a la enseñanza, diría que representa una etapa fundamental en el proceso de
aprendizaje, que se realiza para determinar en que medida se han alcanzado los
objetivos planteados al principio. En general se trata de una operación que, a
través de una prueba a la que sigue un juicio o una nota, intenta averiguar los
resultados conseguidos por los alumnos.
Sin embargo, dentro de una
perspectiva más amplia, como afirma Carles Monereo en una de sus entrevistas, cuando evaluamos sabemos si la persona que
está aprendiendo va por buen camino o no. Es decir, evaluar no significa simplemente poner a prueba a los alumnos,
medir su grado de conocimiento sobre unos temas específicos, sino se trata de
disponer de informaciones sobre el progreso real de nuestros estudiantes
comprobando así la eficacia de nuestro método de enseñanza.
Por lo tanto la evaluación se
debe considerar como un instrumento de reflexión integrado en el proceso de
enseñanza-aprendizaje, como nos hace notar el mismo Monereo: creo que el problema es que la evaluación
siempre se ha considerado al margen del aprendizaje, no como parte de él.
Además, siempre haciendo
referencia a las palabras de Monereo, se debe distinguir entre evaluación sumativa, cuya finalidad es
únicamente acreditar conocimientos, y evalación
auténtica que, en cambio, contribuye a un tipo de aprendizaje más
funcional. Se trata de proponer a los alumnos actividades reales, es decir que
pueden ocurrir en su vida diaria, para que activen y desarrollen sus
conocimientos, aptitudes y competencias. De esta manera el alumno será más
consciente de su posición dentro del proceso de aprendizaje.
Está claro que no existe una
única forma de evaluar, esto depende de la metodología propuesta y de la
finalidad que se persigue, pero sí que existen varios elementos importantes que
caracterizan la evaluación.
En mi opinión esta debería ser siempre
objetiva, o sea independiente de los
juicios personales del profesor; continua,
es decir se deben realizar pruebas de forma periódica a lo largo de todo el
periodo de enseñanza para darse cuenta de cómo evoluciona el aprendizaje y motivadora, en el sentido de que el
profesor funciona como estímulo para crecer y mejorar.
Además, el proceso de
evaluación debería interesar tanto los discentes como los docentes, mejor dicho
los que generalmente evaluan deberían también autoevaluarse, reflexionando sobre su práctica con el fin de
individuar tanto los puntos de fuerza como los límites, y así mejorarse
contribuyendo positivamente al buen éxito del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Antes de asistir a esa clase
consideraba la evaluación algo “sumativo”, para retomar las palabras de
Monereo, como una operación cuya finalidad era simplemente la de calificar,
poner una nota o un juicio, sin tener en cuenta todos estos aspectos que, en
cambio, resultan fundamentales a la hora de evaluar a nuestros alumnos.
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